Por Olivia García Luna

Tanto nos esforzamos por mantener la imagen de lo que nos contaron que es el amor que nos olvidamos de sentirlo.

A veces me veo adorando a un becerro de oro cuando hablo de él.

Y tal vez de esto se trata el amor; de observarlo día a día y saber que no puede definirse, ni si quiera tocarse, ni aún pensarse.
La única forma de vivirlo es cuando nos atrevemos a sentirlo, sin juzgarlo por cómo y en qué forma llegue.

Tal vez el amor sea un café juntos, una mirada que nos haga cómplices, una noche de desvelo, lavar su ropa, preparar algo de comer, ver Netflix y quedarse dormido a mitad de la escena más importante.

Y es que el amor no se limita a lo que esperas y demandas de él. Solamente sucede si observas cómo cada evento que te pasa es para reconocer que existe para que sigas aquí, quejándote por no tener lo que deseas o simplemente agradeciendo por tu capacidad y asombro de recibir… si sólo de recibir.

Esa habilidad que nos hace sentir al amor sin juicio ni límites. Porque cuando te rindes y abres tus brazos con los ojos del alma muy abiertos puedes sentir todo el amor que hay para ti y esa lucha, esa decepción, ese desánimo desaparece…. es más nunca fue real. Más bien eran tus intentos de rechazar la vida porque no era la que tu querías… como cuando eras pequeño y hacías berrinche por no tener el helado que querías.

Creces y el berrinche existencial te nubla al corazón y vives el desdén de lo que tu crees que no te mereces. Y así eres tú y solo tú el que descuidas y abandonas al amor.
Y después te decepcionas y te sientes tan triste porque el amor no llega a tu puerta.

Abre tus ojos, esos de adentro, despierta y recibe lo que viene para ti, siéntelo y ahí tal vez descubras que el amor lo creas tú, desde dentro y sólo se trata de disfrutar lo recibido sin juicios, ni expectativas. En esa experiencia todo el agradecimiento te devuelve al amor tal y cual es.